18 de septiembre de 2012


Henos allí sobre el umbral del puente, sentadas junto al murito que precede el inicio de la subida. El puente es un camino que flota sobre el río. No se cae, es macizo, más bien largo que ancho y se sostiene, firme se sostiene. Nosotras estamos allí sentadas sobre el origen, o final dependiendo de donde vengas. Porque el puente va y viene. Y allí estamos, sencillamente estamos. No esperamos nada. No esperamos a nadie. Estamos una junto a la otra, hombro contra hombro, con la frente en alto mirando hacia la lejanía. La lejanía que de a poco borra los caminos, las casas más cercanas, el pueblo. La noche ayuda a que todo de a poco desaparezca, se difumine. Es de noche, sí y nosotras estamos allí. El puente nos sostiene. La luna se posa sobre la escena y casi que es la única luz que queda. El río que nada debajo del puente refleja como puede la luz lunar y con su andar nocturno dibuja siluetas, formas imprecisas. Genera contrastes, relieves, movimientos. Allá, donde todo está borrado, aparece con orgullo una segunda luz realmente imponente. No importa qué sea. Nos encontramos frente a la gran seta solitaria que ilumina sin pudor, acompaña a la luna y tiñe a la noche también de amarillo.