En la ruta
nueve un auto
se incendia
hundido en
el pasto crecido
a unos pasos
de la banquina.
Hace crecer
llamas furiosas
desde
adentro.
Los
noticieros anuncian
con un
cartel rojo prendido:
“Alerta”.
Costanera
Sur está en llamas.
Hoy todo quiere
desintegrarse,
quedar hecho
trizas.
Unos niños
caminan al borde
de la
colectora
sin
dirigirse a ningún lugar,
dando pasos
cansados. Uno lleva
una botella
de gaseosa casi llena
que de mano
en mano no sabe
cómo
agarrarla.
El auto está
ardiendo
bajo el sol
perdido en
el pasto,
no pide
auxilio.
Pasan otros
autos por la ruta
como si nada
yendo a
ninguna parte.
Y por qué no
paran
a mirar, por
lo menos,
si algún
cuerpo se encuentra
adentro.
Quince
dotaciones de bomberos
tratan de
controlar la furia
de la
Costanera.
La gente
pasa llamando a la lluvia.
Nadie se ha
detenido en la ruta.
Hoy todo
será cenizas.
No
alcanzarían todos los fumadores
de Capital
Federal para juntar
las cenizas
que van a quedar
después de
este día de incendios.
Nadie se ha
parado en la ruta y el auto
todavía
quiere dibujar
el cielo con
sus llamas.
Los niños
caminan por la colectora,
quizás en
algún momento se enteren
de que en la
Costanera Sur hay un incendio,
pero nunca
se enterarán
del auto
consumiéndose en la ruta nueve.
El noticiero
anuncia que han detenido
a un
indigente
sospechoso de
haber prendido fuego
la Costanera
Sur.
Pero los
noticieros pronto se olvidan
de estas
noticias
y ya no
importa qué le pasó al pobre hombre
que por
sospecha lo detuvieron
y a nadie,
tampoco, nunca le importó
qué pasó con
el auto en la ruta nueve
si llegó a
ser cenizas, si su dueño
se encuentra
con vida.