2 de agosto de 2013

Retrato con naturaleza muerta

Con los ojos en el suelo
el paso hace avanzar los dibujos
de las baldosas gastadas,
algunas rotas, otras manchadas.
Las líneas se separan y unen
formando semicírculos y
figuras imprecisas.
Si el paso avanza,
desaparecen algunas ranuras
quedando solo algunas filas marcadas.
Y si el cuello duele,
hay que levantar cabeza
y mirar los árboles, quizás.
Mirar sus copas que ya no son copas.
Son ramas que se separan
y unen, hojas que se caen y reinventan
dando la ilusión de que algunos
hombres diminutos se encuentran
sobre ellas, bailando y cantando.
Y si uno mira al frente,
en la ciudad atestada de personas,
de edificios que quieren tocar el cielo,
ventanas que se repiten
una tras otra, cables merodeando los techos,
palomas divagando y entre todo eso,
si uno tan volado no está,
puede  advertir
que el horizonte se ha perdido, que
por más que uno rebane los edificios
y vacíe las calles, siempre hay más.
Más cosas que se repiten una tras otra:
tachos de basura, faroles, kiosquitos,
parquímetros, cabinas de teléfono,
carteles, persianas, adoquines,
adoquines
y adoquines.