5 de mayo de 2014

2 a.m.

Caminamos.
Las olas siguen
yendo y viniendo,
como siempre.
La arena está húmeda,
el aire algo viciado.
Y estamos
-o quizás solo yo,
pero pienso que los tres-
confundidos.
Dejando atrás la neblina,
dudo sobre la duda misma
y pienso en la posibilidad de que
el río que acabamos de cruzar
desaparezca
en este instante.
Ya quedaron atrás
el jolgorio y los danzantes
del silencio,
de la noche.
Pienso que es temprano
pero ya pasaron
una
dos
mil botellas.
Nos sentamos,
hablamos con los ojos
y entendemos
perfectamente
por qué nuestras huellas
siguen intactas
aun cuando las tapan
las olas.